Para Rafael Laureano (Benacazón, Sevilla, 1989) ser artista es mucho que una vocación en tanto que ser andaluz es mucho más que un gentilicio (y viceversa). Tomando y amparando un legado ancestral, Laureano ejerce su condición de artista andaluz con el mayor de los mimos y de los respetos, con una conciencia escrupulosa sobre los procesos referenciales con los que trabaja y mediante la responsabilidad, además, de dirigirlos hacia una contemporaneidad consecuente.
En el trabajo de Laureano se evidencia una mirada hacia atrás, una mirada curiosa e inquieta que indaga y analiza no sólo bajo un prisma estético, sino en un plano técnico y procesual. Una mirada que lejos de caer en la oscuridad de la nostalgia, se enardece y regodea al contemplar que el pasado sigue erigiendo sus horizontes de futuro a los que la vista ni siquiera alcanza; una mirada que se entorna de pasado para distinguir la silueta de un futuro deslumbrante.
Laureano da comienzo a su carrera a través de la pintura, cultivando la fértil e histórica tierra de la pintura andaluza. Sus referentes van desde Velázquez, Murillo, pasando por Valdés Leal, hasta autores flamencos como Jan van Eyck o El Bosco. Poco a poco avanza en su carrera y se introduce en la tradición y el arraigo del arte de la cartelería, siendo autor de numerosos carteles cofrades y realizando trabajos para diseñadores de moda (entre otros trabajos). Posteriormente, llamado por su admiración a la imaginería andaluza, accede al campo de lo escultórico, donde se mezclan diferentes disciplinas como el modelado, la policromía, el diseño de tejidos o la ornamentación.
Si bien el trabajo de Rafael Laureano es multidisciplinar, casi toda su obra responde a una misma necesidad: la exploración de la tradición histórica del arte andaluz. Una búsqueda casi arqueológica en la que el artista profundiza en la cosmogonía iconográfica de Andalucía. Dicha iconografía es amplia y extensa, acogiendo desde la iconografía católica o la geometría de la azulejería musulmana, hasta la luz de la pintura renacentista, la oscuridad barroca o la mezcla arquitectónica que se produce en el mudéjar. Una búsqueda de la belleza a través de su propia historia, enfrentarla a su propio reflejo en el espejo del tiempo.
En cualquier caso, Rafael Laureano es un artista de su tiempo, consciente del contexto histórico en el que ha nacido. Esto se plasma en su obra a través del color, la composición o los propios materiales y técnicas a los que recurre. Una sinergia entre el historicismo iconográfico y la contemporaneidad estética con la que demuestra la destreza y la soltura del que, no sólo controla su propio trabajo, sino que le conmueve aquello en lo que trabaja.
Guillermo Amaya Brenes
Crítico y comisario de arte contemporáneo